1.- El cuadro más bello del mundo
Había en un país un rey amante de la pintura y
la naturaleza que quiso poseer el más bello cuadro que pudiera hacerse de los
paisajes de su reino. Para ello convocó a cuantos pintores habitaban aquellas
tierras, y una mañana los guió hasta su paisaje favorito.
- No encontraréis una imagen igual en todo el
reino - les dijo-. Quien mejor la refleje en un gran cuadro tendrá la mayor
gloria para un pintor.
Los artistas, acostumbrados a dibujar los más
bellos parajes, no encontraron el lugar tan magnífico como el mismo rey pensaba
y, viendo que su fama y su gloria no aumentaría, se propusieron resolver el
encargo rápidamente. Todos tuvieron sus cuadros listos a media mañana, excepto
uno, que a pesar de pensar lo mismo que sus compañeros sobre el paisaje, quiso
pintarlo lo mejor posible. Puso tanto esmero en su trabajo, que al caer la
tarde, cuando llevaba ya algunas horas pintando en solitario, apenas había
completado un pedacito del lienzo.
Pero entonces ocurrió algo maravilloso. Al
ponerse el sol, las montañas crearon un increíble juego de luces con sus
últimos rayos y, ayudadas por los reflejos del agua en un río cercano, un
extraño viento que retorcía las nubes y los variados colores de miles de
flores, dieron a aquel paisaje un toque de ensueño insuperable.
Así pudo entonces el pintor entender la predilección del rey por aquel lugar, y
pintarlo con su esmero habitual, para crear el más bello cuadro del reino.
Y aquel laborioso pintor, que no era más hábil
ni tenía más talento que otros, superó a todos en fama gracias al cuidado y
esmero que ponía en todo cuanto hacía.
2.- El ajedrez de los mil colores
Panchito Pinceles era un niño artista. Todo lo
veía como si mirara un hermoso cuadro, y en un abrir y cerrar de ojos era capaz
de pintar cualquier cosa y llenarla de magia y color. Un día fue con su abuelo
a pasar un fin de semana al palacio del Marqués de Enroque Largo, viejo amigo
del abuelo y famosísimo jugador de ajedrez. Allí descubrió en el centro de un
gran salón un precioso conjunto de ajedrez totalmente tallado a mano, con su
propia mesa de mármol haciendo de tablero. A Panchito le llamó muchísimo la
atención, aunque por dentro pensó que aquellas piezas estaban demasiado
ordenadas, lo que unido al blanco y negro de todas ellas resultaba en un
conjunto bastante soso.
Así que aquella noche salió sigilosamente de su habitación con su caja de
pinturas, se fue a la sala del ajedrez, y se dedicó a darle colorido a todo
aquello, pintando cada figura de mil colores y dibujando un precioso cuadro
sobre el tablero, esperando con su arte darles una sorpresa mayúscula al
marqués y al abuelo.
Pero a la mañana siguiente, cuando el marqués descubrió los miles de colores de
las figuras, en lugar de alegrarse se disgustó muchísimo: aquella misma tarde
tenía una importante partida, y por muy bonitos que fueran todos aquellos
colores, era imposible jugar al ajedrez sin poder diferenciar unas piezas de
otras, y menos aún sin ver las casillas del tablero.
Entonces el abuelo explicó a Panchito que incluso las cosas más bonitas y
coloridas, necesitan un poco de orden. Panchito se quedó muy apenado pensando
en la cantidad de veces en que con sus alocados dibujos habría molestado a
otros volviendo las cosas del revés...
Pero Panchito Pinceles era un artista y no se rendía fácilmente, así que un
rato después se presentó ante el abuelo y el marqués, y les pidió permiso para
arreglar el ajedrez. Sabiendo lo artista e ingenioso que era, decidieron darle
una oportunidad, y Panchito se encerró durante horas con sus pinturas. Cuando
acabó, poco antes de la gran partida, llamó a ambos y les enseñó su trabajo.
¡Era un ajedrez precioso! Ahora sí había dos bandos perfectamente reconocibles,
el de la noche y el del día, decorando tablero y figuras con decenas de
estrellitas y lunas de todos los tamaños y colores, por un lado; y de soles,
nubes y arcoiris por el otro, de forma que todo el conjunto tenía una armonía y
orden insuperables. Panchito había comprendido que hacía falta un mínimo de
orden, ¡y supo hacerlo sin renunciar a los colores!
Los dos mayores se miraron con una sonrisa: estaba claro que Panchito Pinceles
se convertiría en un gran artista.